domingo, 10 de agosto de 2014

A manera de despedida...




Allí estaba yo de nuevo.

En la casa de mis padres. En mi casa. En la casa de mi infancia y juventud.

Me descubrí agarrando el portón del frente con mis dos manos y mi cabeza metida entre los brazos mirando al suelo.

Ese portón y esas rejas que por muchos años fueron color naranja, así también lo eran en mi sueño.

Mirando el suelo pensaba... Sip. Tengo que enfrentarme a ello. Debo decírselo. Hay que cerrar esa página.


Me di media vuelta y me preparé a entrar a casa. Ya sabía lo que vendría.

Allí estaba mi padre. Sempiternamente sentado en la mesa del comedor. Comía vivazmente algo. No recuerdo que era, pero seguramente era muy sabroso y con muchas especias.

Me saludó como siempre:

- Qué fue mijo!... ¿Como estaís?

Y siguió comiendo.

Miré a mi hermana que estaba de pie a su lado que me miraba con cara de tristeza y haciendo un leve gesto negativo con la cabeza. Gesto que yo entendí perfectamente. Sabía que me decía algo como: - Aun no lo sabe!

Asentí con la cabeza.

Me acerqué a él. Tomé una silla y me senté a su lado en la mesa.

Me volvió a preguntar:

- ¿Como está todo por allá?... ¿yo? ¡Me siento muy bien!

Allí comenzó el pesado dialogo.

- Papi, debo decirte algo.

- Venga. Dime. -me dijo con curiosidad-

- Ehh, no sé como decírtelo -me costaba encontrar palabras adecuadas- No estás vivo. 

- ¿Cómo? -Me interrogó por enésima vez con cara de confusión-

- Sip. ¿Recuerdas que estabas muy enfermo? ¿Recuerdas lo mucho que te costaba respirar?

- Ahh si... cierto. Verdad es.

- Inclusive te llevamos varias veces al hospital con ataques respiratorios. No podías respirar. Era bastante serio lo que tenías. Solo un pequeño porcentaje de tus pulmones funcionaban.

- Si, claro. Lo recuerdo. Tenía que hacerme terapias respiratorias a cada rato y tomar muchas medicinas.

- Sip. Y bueno, en diciembre pasado tuviste un ataque... te llevamos al hospital y no sobreviviste.... Lo siento.

Me miró en silencio y bajando levemente la cabeza. Parecía estarlo comprendiendo

- ¿Recuerdas que perdiste el sentido y de repente despertaste en el hospital sin recordar nada?

- Si. Lo recuerdo.

- Pues después de eso. Estabas en cama y mientras dormías dejaste de respirar. Sin ningún tipo de dolor... te fuiste.

- Entiendo

Le dije rápidamente:

- Es por eso que te sientes tan bien ahora. ¡Fíjate lo que comes! Algo rico y con sal y especias. Eso no lo podías comer antes y siempre te quejabas de eso.

- Cierto.

- Y también... ¿No has notado como respiras? ¡Perfectamente!...

- Ajá. Y no me dan ataques de tos.

- Además, levántate para mostrarte algo -lo tomé del brazo e hice que se incorporase a mi lado- ¿Ves? Eres más alto que yo, y nunca lo fuiste. Casi llegas al techo. Y no estás tan delgado como siempre eras.

En efecto. Al levantarse, la calva de mi padre casi rozaba la bombilla de la cocina.

- Si. Y también puedo caminar perfectamente y sin cansarme -Dijo dando unos pasos- la verdad no me había dado cuenta de esto.

- Es lo que te digo. Lamento mucho el que te enterases de esta manera. Pero ya no estás aquí.

Mi padre siempre fue una persona de pocas palabras; y parece que comprendió la situación inmediatamente.

- Tienes toda la razón. Estaba confundido; pero ya estoy claro. Los quiero mucho a todos ustedes pero debo irme y no regresar.

Mi hermana, que estaba cerca, soltó unas lágrimas de tristeza pero a la vez de alivio.

No hubo abrazos de despedida ni nada. Tan práctico como había sido toda su vida, simplemente se dio media vuelta y salió por la puerta de la sala.

Yo, ya un poco más tranquilo sabiendo que mi padre tenía conocimiento de la situación, de repente caí en cuenta que no pude abrazarlo ni decirle cuanto lo quería y agradecerle todo que en vida me dio. 

Salí corriendo a hacer eso, pero tontamente (y no sé por qué) en lugar de seguirlo por la sala por donde se marchó; di la vuelta por el patio para salir al frente por un pasillo que se encuentra al lado de la casa. En ese pasillo se encuentra “Clifford” el perro, que me hizo perder unos segundos preciosos intentando saludarme y lamerme.

Al final llegué al mismo portón donde comenzó esta corta aventura onírica. Asomé la cabeza al frente y miré a ambos lados de la vereda.

Nada.

Ahí me di cuenta que nunca mas volvería a ver a mi padre. 

Y como al inicio... volví a meter la cabeza entre mis brazos que sostenían las rejas del portón... lamentándolo todo. 

Lamentando que nunca volveré a hablar con mis padres.

Lamentando que toda mi infancia y juventud se fueron para siempre con la partida de ellos.

Lamentando el no poder haberme despedido de ambos.

Lamentando que ya esa casa, donde transcurrieron los mejores años de mi vida, ya no tenía nada para mi.

Levanté la mirada del suelo y miré la puerta de la sala.

Ya no entraría a despedirme de mi hermana y mis sobrinos. No tenía sentido. 

Salí hacia la acera a continuar mi vida... tomando rumbo a la derecha donde por años pasé para enfrentarme al resto del mundo y dejar detrás la seguridad y consuelo que deja tu hogar y tus padres.

Me esperaba una vida diferente por delante. A partir de allí, las cosas nunca serían iguales.

Y extrañamente estaba seguro de que al girar a la derecha tomé un camino diferente al que tomó mi padre instantes antes. 




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Esta historia, basada en un sueño que tuve, está dedicada a mi señor padre: Noé Salvador Molina Santiago, que falleció el 12 de Diciembre de 2013.



Noé Molina
(1943-2013)

(Fotografía de la última vez que vi a mi padre, 
segundos antes de despedirnos porque yo saldría de viaje. 
En ese momento esperábamos el taxi que me llevaría al aeropuerto)
Septiembre 2013.

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